viernes, 16 de julio de 2010

La Palestina Murciana

jueves, 15 de julio de 2010

El Olivar

    
       (haz click sobre la fotografía)


El Olivar de Abanilla es, junto con El Llano de Sahues y El Paul, un ejemplo de los raros bosques de oliveras milenarias que quedan en el Mediterráneo. Se encuentra junto al Río Chícamo, al sur de la Huerta de Mahoya y atravesado por la carretera de Fortuna

La Herencia de Nuestros Mayores

Abanilla es un pueblo antiguo, viejo, con historia. Tenemos las Fiestas de Moros y Cristianos más antiguas de España. Tenemos dos castillos, en el Lugar Alto y en Santa Ana, que están en ruinas o casi desaparecidos, etc.. Tenemos una obra hidráulica que, aunque deteriorada, persiste hasta nuestros días desde que la hicieron los romanos: los acueductos o puentes de la Acequia Mayor, que son algo similar al Acueducto de Segovia, probablemente de la misma época y que todavía se podrían recuperar.

Pero tenemos también unos seres vivos que ya estaban aquí antes de que llegara cualquiera de nosotros: las oliveras.

En todo el Arco Mediterráneo se está dando últimamente un movimiento de conservación y puesta en valor de estos árboles milenarios. En Cataluña, Aragón y Valencia han nacido iniciativas que buscan proteger estos viejos árboles, verdaderos monumentos naturales por su valor histórico y por su simbolismo como testigos del paso del tiempo y del esfuerzo de sus habitantes . En Cataluña existe incluso una olivera gigantesca que ha sido objeto de una disposición protectora de las autoridades del lugar, recibiendo además un nombre propio, ‘Lo Parot’. Este interés por estos árboles se extiende a la explotación del aceite, alcanzando precios astronómicos, de hasta 100€ el litro, debido al deseo de muchos consumidores que quieren probar un trozo de historia.

He visto algunos de estos olivos y puedo afirmar que, aún reconociendo que son ejemplares notables, no llegan al nivel de antigüedad de nuestras oliveras.

Sin disponer de pruebas científicas que corroboren mi afirmación, a la vista de su tamaño, su envergadura, y su aspecto, nuestros olivos podrían ser más viejos que los de otros lugares. Desde luego que no creo que haya en el mundo ninguna como la que hay en el Salado, en el Camino del Zurca. Este árbol gigantesco tiene 7 u 8 ramas de un metro de diámetro cada una; su sombra cubre 200 metros cuadrados y, según mi opinión, es más vieja y mayor que “Lo Parot”. Parecidas a esa hay otras más en Los Rulos y por otros parajes de secano del término.

Generalmente las oliveras milenarias que hay en otros sitios suelen estar aisladas y se conservan como monumentos naturales para atracción del turismo, pero no suele haber muchas en el mismo lugar, una, dos, ... Sin embargo lo que llama la atención de Abanilla es que hay tres bosques enteros de estos olivos. Hay cientos de ellos poblando El Llano de Sahués, El Paúl o El Olivar, formándose un paisaje único en el mundo

El olivo es un árbol cuyo dueño le va dando forma a lo largo del tiempo y, según como se pode, va a crecer hacia arriba, hacia los lados, con un tronco, con dos ó más, etc..., creando formas caprichosas que hacen que cada olivera sea diferente de las demás. Un paseo a media tarde por El Olivar nos puede permitir contemplar una verdadera exposición de arte natural al aire libre. Un museo que es el resultado del trabajo y el esfuerzo de los abanilleros a lo largo de los siglos.

Nosotros hemos nacido y crecido en el pueblo y no somos conscientes de su valor, lo vemos natural, normal, nada especial. Sin embargo cuando alguien de fuera nos visita y nos llama la atención sobre lo que a él le parece notable o único es cuando empezamos a darnos cuenta de lo que hemos heredado de nuestros mayores. Eso ha ocurrido con el Río Chícamo, que se ha convertido ya en un atractivo turístico de primer orden en la Región de Murcia: de manera habitual vemos gran cantidad de gente forastera haciendo senderismo por El Partidor, por La Umbría, por El Cajel, etc... e incluso ya existen Casas Rurales, de gente de fuera, que se han instalado precisamente para aprovechar ese entorno. El Olivar puede, perfectamente, convertirse en otro de esos reclamos turísticos que atraigan gente y por tanto que permitan iniciar actividades económicas que proporcionen trabajo y ocupación a algunos de nuestros paisanos.

Sin embargo en Abanilla, a diferencia de los sitios que cito arriba, este tipo de atractivos naturales pasan desapercibidas y no existe ningún tipo de protección ni estímulo para su mantenimiento y cuidado. No es raro ver incluso como algunos agricultores arrancan ejemplares milenarios para replantar oliveras jóvenes buscando la rentabilidad y la comodidad en la recolección.

A mi juicio, habría que proteger todos nuestros lugares singulares al objeto de evitar su deterioro y para su explotación turística. Sin embargo, habría que evitar, a toda costa, que su protección supusiera, para nosotros, otro expolio como el que ha ocurrido en El Sanel al ser declarado parte del Humedal de Ajauque y Rambla Salada. Este paraje es actualmente un verdadero desierto que cada vez se deteriora más por el abandono de la Consejería de Medio Ambiente y porque a los propietarios no nos permiten cultivarlo de manera sostenible con especies autóctonas que podrían detener el proceso de desertización, según se constata con múltiples estudios científicos. Para el que no lo sepa, varios abanilleros hemos sufrido la expropiación de hecho de 2000 tahúllas porque ciertos iluminados ecologistas de ciudad piensan que ese secarral es un Humedal lleno de halcones, águilas, alcaravanes, cigüeñas, etc..., vamos, que solo faltan los cisnes y los hipopótamos para completar el idílico paraíso. Tradicionalmente esta área había sido cultivada con especies de secano, cereales principalmente, suponiendo, en el caso de nuestros antepasados, su principal fuente de ingresos. En nuestra zona, las especies cultivadas ejercen un papel muy importante al detener los procesos de erosión causados por la escorrentía. Estas medidas actuales de “conservación a través de la desidia”, han llevado a la degradación del paisaje con lo que, tras pocos años, con darse un paseo se puede ver perfectamente cómo la desertización está llegando a cotas alarmantes. En el caso del Sanel, los propietarios hemos sido despojados de la capacidad de decidir sobre nuestro patrimonio y sin recibir ninguna compensación, solo multas cada dos por tres.

Las medidas de protección de entornos naturales suponen, habitualmente, que los propietarios deban correr con todo el coste y los perjuicios del mantenimiento, sin obtener recompensa alguna por su esfuerzo. Si se protegieran El Olivar y el Llano de Sahués, de un modo similar a como se ha hecho con El Palmeral de Elche (Patrimonio de la Humanidad), habría que arbitrar algún tipo de ayuda para los agricultores, para que no pasara lo que ha ocurrido en El Sanel. Una compensación indirecta podría ser el propio precio del aceite que se comercializara resaltando su carácter milenario, pero la compensación directa debe ser la que se dirija a los propios agricultores por el mero hecho de mantener las oliveras: una cantidad anual por olivo, previa catalogación del árbol. Solo así se mantendrían estos especímenes milenarios, verdaderas esculturas vivas, que son testigos del paso de los siglos. Ahora bien e insisto, una protección sin compensación sería un atropello que habría que evitar. Y si eso fuera a ocurrir, mejor quedarnos como estamos.

La gente de ciudad se siente atraída por fenómenos naturales. En los tiempos en que nos volcamos por el medio ambiente, la vuelta a la naturaleza, la vida saludable, … Abanilla puede ofrecer atractivos poderosos para el paseo turístico. Y si a las oliveras le añadimos nuestro entorno natural y cultural: el Río Chícamo, la Huerta, Los Puentes o Acueductos de la Acequia, La Iglesia, El Lugar Alto, El Lavadero, Santa Ana, las Palmeras (las pocas que quedan), nuestras Fiestas, etc.... solo nos faltaría un pequeño esfuerzo para completar el cuadro: caminos para el senderismo, restaurar los molinos del río, restaurar los acueductos de la acequia, señalizar los lugares de interés, creación de un Centro de Interpretación en el Olivar con una Almazara, formación profesional para formar palmereros y escardadores, volver a cultivar dátiles, recuperar la artesanía del esparto, potenciar nuestra rica gastronomía, ayudas y orientación para que nuestros jóvenes instalen alojamientos rurales, crear una industria de artesanía con madera de olivo (como hacen en Mallorca, donde por un trocico de nada te piden una millonada y los turistas lo compran todo a montones), etc... Y todo esto podemos hacerlo los abanilleros sin que tenga que venir nadie de fuera a darnos lecciones. ¿Quién puede tener más interés en conservar nuestro pueblo que nosotros mismos, los abanilleros?, es cuestión de echar a andar y sin demora, elaborando un Plan de Desarrollo Rural que recoja todas estas ideas.

El turismo es una fuente de riqueza y trabajo: los millones de personas que visitan nuestras costas lo hacen por sus atractivos naturales: sol y playa. Sin que nos demos cuenta, muchos extranjeros del Norte de Europa han descubierto ya los atractivos de nuestro pueblo y viven entre nosotros. Solo falta que demos un paso hacia delante y que la conservación de la herencia de nuestros mayores permita también a algunos de nuestros jóvenes paisanos trabajar y vivir en su tierra, conservar nuestro patrimonio para transmitirlo a las generaciones venideras y que la emigración sea solo una pesadilla del pasado.



José María López Lozano

Doctor en Medicina y Cirugía

 
 
Publicado en el Libro de Fiestas de 2010